martes, 3 de abril de 2012

Aquí no corre el tiempo tras la prisa ...

Desde aquella noche que fuiste por tabaco no he vuelto a saber nada de ti. La gente me dice que en realidad no eras más que un agente de la CIA que quería sonsacarme información sobre la fabricación de armas de destrucción masiva en el ventrículo izquierdo de mi corazón, otros aseguran que eras un puro sueño de noches de verano en la que no se hace más que echar de menos, y también están, cómo olvidarlos, los que se muestran convencidos de que en realidad eras uno de esos mensajes que se autodestruían del inspector Gadget. Pero yo sé que sigues ahí. O eso creo. Creo que en realidad fuiste a por gasolina para nuestro incendio. Y justo apareció un océano en medio, porque cuando yo te echo de menos parpadeo en exceso, y tú te ahogaste. Bueno, no te ahogaste: todavía hoy sigues ahogándote. Y creo que esperas que vaya a buscarte con uno de esos carteles que la gente lleva a la sección de llegadas de los aeropuertos, uno con tu nombre. Sí, tu nombre escrito con letras grandes y ligeramente redondas. Pero no lo haré porque ya no quiero recordar más tu nombre. Ya, ya lo sé, sé que podría inventarte uno, uno nuevo, a juego con tus polos veraniegos y con tu sonrisa, esa sonrisa que podría iluminar toda la ciudad. Nicanor, por ejemplo. Aunque Nicanor sabe un poco a limón y a poeta. Pero, en fin, de todas formas, el problema es que yo ya no sé si me atrevo a fingir que existes.