martes, 19 de junio de 2012
Cristales empañados.
Abro el grifo de agua caliente casi al máximo y lo dejó así un par de minutos. Mientras espero a que el vapor empañe los cristales me deshago del peso que arrastro encima durante todo el día, ropa incluida. Abro la puerta y entro. Adoro la sensación que produce el agua cuando recorre cada milímetro de mi piel, lentamente, sin prisa por llegar a ningún lugar en concreto, descubriendo todos y cada uno de mis secretos e imperfecciones. Aquello que guardo sólo para mí. Me gusta sentir los chorros de agua contra mi piel intentando derribar la barrera que me separa del mundo externo. Y estar así, sólo el agua y yo, sin ese escudo que me protege día y noche, sintiéndome vulnerable, frágil, sin nada más que una fina capa de agua resbalando sobre mi cuerpo en el único momento del día en que siento paz y tranquilidad, donde mi mente viaja sin remordimientos, normas ni límites, sin presiones. Y juego a dibujar mis emociones en el cristal empañado y a ver mi reflejo en el borde para no olvidar nunca quién soy.